Santificación Total

Y el Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el
cual también lo hará.

(1 Tesalonicenses 5.23-24).

La característica del cristianismo que   se enfatiza fuertemente por aquellos a quienes se les encomendó su establecimiento  es  la  anchura  y  profundidad  de  sus  demandas  éticas.  La “salvación”  que  se  prometió  en  el “evangelio”  o “buenas  nuevas”,  y  que  constituía  su proclamación, fue la salvación del pecado para vivir en santidad. En otras palabras, fue una revolución moral del tipo más exhaustiva y radical. “Santificación” es la palabra bíblica para esta revolución moral y la misma esencia de la salvación consiste en la “santificación”. “Pues la voluntad de Dios” para ustedes, dice el apóstol a sus lectores en esta misma epístola, “es vuestra santificación” (1 Tes. 4.3). Una gran parte de la epístola es dada, consecuentemente, para elogiar a los nuevos convertidos por el progreso que ya habían alcanzado en esta santificación, pero también para espolearlos a continuar hacia adelante por el mismo sendero.

Ningún logro moral es demasiado grande que no deba exigírseles como su deber, y ningún deber moral es demasiado insignificante para que no se les demande como esencial para su caminar cristiano. El estándar que el apóstol Pablo tiene ante sí, y que consistentemente lo aplica a sus lectores, es nada menos que la perfección absoluta; una perfección que abarca en su alcance todo inclusivo lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande por igual. En los versículos que inmediatamente preceden a nuestro texto el apóstol se ha dedicado, como acostumbra a hacerlo en todas sus epístolas, a enumerar un número de detalles de conducta que desea enfatizar de manera especial para sus lectores. Tales detalles no fueron seleccionados al azar, sino que son precisamente los puntos que más requieren y exigen la atención de los tesalonicenses.

Santificacion Total

Pero el apóstol no supone que todo el deber de sus lectores se resuma en los puntos que él enumera. Por lo tanto, al acercarse a la conclusión de sus exhortaciones él irrumpe en la enumeración para añadir una grandiosa oración comprehensiva para que sus lectores alcancen una completa perfección: “Y el Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

Obviamente aquí tenemos un pasaje clásico—posiblemente el pasaje clásico por excelencia— para el tema de la “santificación total”, el cual nos aprovechará al por mayor, según el interés perenne que se ha prestado a la discusión del tema de la “santificación total”, que lo analicemos muy de cerca como tal.

Primero que todo, establezcamos claramente que este pasaje trata ciertamente de la santificación total.  Ciertamente  no puede haber duda de esto si tan solamente dejamos que este pasaje realmente nos hable. Es tan enfatizada, en verdad, y con tal acumulación de fraseología que llega a ser muy compleja. La totalidad, la completud y la perfección de la santificación de la que se habla es, de hecho, el gran peso del pasaje. En contraste con los detalles con los que el apóstol había estado tratando, y que—por ser detalles—tan sólo podían tocar la periferia de una vida perfecta y uno que otro punto de la circunferencia, ahora él aquí se dirige a la santificación completa que no meramente toca sino que llena la periferia, e incluso, el círculo entero de la vida cristiana y de la vida humana. El apóstol trata aquí con una santificación que es absolutamente completa y que abarca la perfección de cada miembro de la constitución humana.

Observe la repetición enfática de la idea de completud. “Y el Dios de paz” es una designación de  Dios mismo que, sin duda, se refiere a la completud de la santificación, siendo la paz lo contrario de toda división, distracción, vacilación y duda, a tal grado que puedan ser perfectos sin carecer de nada para entrar a la perfección de su correspondencia con los fines por los cuales fueron creados. Por ello, el apóstol ora diciendo: “Y El Dios de paz os santifique por completo”. Y no contento con esto, el apóstol añade de forma explicativa, “y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo sea guardado”; y no meramente eso sino que dice “sea guardado irreprensiblemente en su totalidad. “Irreprensible” significa de una manera que es incapaz de ser culpado por no realizar su ideal.

Además, observe la distribución  de  la  personalidad  que  será  perfeccionada  en  sus  partes componentes, las cuales una por una serán alcanzadas por la perfección. Nosotros no seremos meramente santificados completamente, sino en cada parte de nuestro ser—nuestro espíritu, alma y cuerpo—que será guardado irreprensiblemente.  En  otras  palabras,  el  apóstol  no  queda satisfecho con lo general, sino que desciende a los elementos específicos de nuestro ser. Y para cada uno de estos elementos a su vez él busca una “perfección irreprensible”, para que la suma total de ellos—“nosotros” como un todo—ciertamente pueda ser completa y entera sin que le falte nada.

Sin duda alguna, esta enumeración de las partes es llevada a cabo en un sentido retórico y no científico.  El  apóstol  está  acumulando  términos  para  comunicarnos  la  grandiosa  idea  de completud de manera más penetrante—algo que nuestro Señor hizo cuando nos dijo que es nuestro deber amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, cuerpo y fuerzas. Pero aún así él hace una cierta distinción entre los tres elementos enumerados, que por medio de su acumulación expresa la completud de la manera más enfática. Él nos quiere decir que no hay departamento de nuestro ser en el cual Dios no haga penetrar su perfección, donde no reine y por medio del cual no haga operar su santificación para la perfección del todo.

Por este doble modo de acumulación percibimos que el apóstol arroja un increíble énfasis sobre la perfección que desea para sus lectores. Aquí podemos decir que está el “perfeccionismo” elevado a su poder más alto, una perfección intachable, una perfección que no admite ningún fracaso para alcanzar su fin en cada miembro de nuestro ser por igual, uniéndolo para formar una perfección del todo, una completa consecución de nuestro ideal en la totalidad del hombre. Ciertamente no hay doctrina sobre la “santificación total” que haya sido inventada en estos últimos días que pueda compararse con la doctrina de Pablo en altura, profundidad, alcance o anchura. Su “perfeccionismo” es con toda certeza la misma apoteosis del perfeccionismo. La perfección propuesta es una perfección auténtica (lo cual no puede decirse de las enseñanzas recientes sobre esta materia) y el hombre que la obtiene es un hombre perfecto con cada parte de su ser recibiendo su perfección apropiada (y esto raramente o nunca es verdad de las enseñanzas recientes). Una perfección perfecta para un hombre perfecto—una santificación total para el hombre en su totalidad—con toda seguridad aquí en esta vida es una perfección digna de anhelar.

Observemos ahora que Pablo no habla de este perfeccionamiento del hombre completo como si fuera un mero ideal inalcanzable y que solamente debiera mirarse como la perenne invitación estándar de un cartelón colgando desesperanzadamente por encima de nosotros. Más bien trata de este tema como claramente alcanzable. Seriamente ora para que Dios la conceda a sus lectores y para que ellos—como la conclusión de su exhortación—estudien esta perfección moral como la meta de todos sus esfuerzos.

Pero Pablo, en verdad, no representa esta santificación como alcanzable por y a través del esfuerzo humano solamente, como si el hombre con sus propias fuerzas pudiera alcanzar esta su última meta de todos sus esfuerzos. Él, más bien, enfáticamente la representa como el don de Dios solamente. Después de exhortar a los hombres para que hagan sus mejores esfuerzos, súbitamente  gira  del  hombre  a  Dios  para  importunarlo  con  la  oración.  Esfuérzate,  dice, esfuérzate siempre, haz esto y aquello para poner en práctica el lado ético de tu salvación. Pero en la frase “y el Dios de paz” el énfasis recae en el mismo Dios. Solamente en Dios, en el Dios de paz exclusivamente es que podemos confiar para tan grandes logros.

Pero, ¿no puede confiarse en Dios para tal consecución? La esencia completa de la oración de Pablo, como de todo el significado de su discurso, quedaría atrofiado si no fuera así. La oración de Pablo y la manera en que introduce su oración se combinan para dejar en claro que no se está burlando de nosotros aquí con una esperanza ilusoria sino que está colocando delante de nosotros una meta alcanzable. Esta perfección perfecta entonces es necesariamente, de acuerdo a Pablo, capaz de ser alcanzada por el hombre. Dios puede y la dará a sus hijos.

Tenemos que decir todavía algo más. Pablo no solamente ora con seriedad para que sus lectores obtengan esta perfección, lo cual implica que puede y, de hecho, será dada a ellos; sino que definitivamente se las promete fundamentándose nada más y nada menos que en el inamovible fundamento de la fidelidad de Dios. Que Dios los santifique dice él y el resto del versículo. Pero él no se detiene aquí, sino que continúa la oración con la promesa: “Fiel es el que os llama”, y añade “el cual también lo hará”. De este modo, Pablo promete la fidelidad de Dios para concluir la perfección de sus lectores. Y no tenemos que disminuir la fuerza e intención del apóstol aquí fallando en prestar atención al carácter agudo y proverbial de esta cláusula promisoria. Contiene toda la cualidad de una máxima y la esencia de la máxima es que Dios, el Dios a quien Pablo le implora por nuestra perfección, no es solamente uno que llama sino también un ejecutor que cumple su llamado. Nos ha llamado a la vida cristiana. Esta vida cristiana a la cual nos ha llamado es en principio una vida de perfección moral. Y este Dios que llama no es un Dios que meramente llama, sino un Dios que también cumple. Su mismo llamado que nos hace a esta vida de nueva moralidad es una promesa, entonces, de que Él perfeccionará la buena obra que ha empezado en nosotros. “Fiel es que os llama, el cual también lo hará.

Así pues, la realización de nuestra perfección no depende de nuestros débiles esfuerzos. No depende incluso de la fuerte oración de Pablo. Depende solamente del Dios todopoderoso y de su fidelidad inalterable. Si Dios es fiel, no solamente nos llama sino que actúa, por lo cual no podemos fallar en obtener la perfección. Aquí pueden ver que no es solamente la perfección que es llevada su más alto poder, sino la certeza de obtener esta perfección es también elevada a su más alto poder. Un cristiano no solamente puede ser perfecto—absolutamente perfecto en todos los departamentos de su ser—sino que ciertamente e inalterablemente será perfecto. Tan cierto es que Dios lo ha llamado “no a inmundicia, sino a santificación” como la misma esfera en la que su vida como cristiano tiene que pasar, tan cierto que el Dios que no meramente es uno que llama sino hacedor también lo perfeccionará en esta santificación. Tal es la enseñanza del texto. Y con toda certeza trasciende muchísimo más toda la enseñanza moderna en cuanto a la santificación total a tal grado que nunca se ha escuchado una enseñanza como ésta entre los hombres.

Ahora bien, en tercer lugar observemos el período al cual el apóstol le asigna la consecución de esta grandiosa esperanza. Al instante es evidente que no está tratando con esta perfección como algo poseído ya por sus lectores. No es un asunto de felicitarlos—como era el caso con algunos dones concedidos a ellos y por los cuales el apóstol agradece a Dios—sino un asunto de oración para que Dios se la conceda. No es una posesión sino una petición. Todavía está por llegar. De esta manera, Pablo no nos permite suponer que los tesalonicenses ya la habían adquirido—o que ya la debieran haber adquirido. En verdad la agradece a Dios por haberlos rescatado del estado en que se encontraban por naturaleza. Le agradece a Dios por sus grandes logros en su vida cristiana. Pero no sugiere que ellos ya habían alcanzado la meta.

Por el contrario, una gran parte de la carta es abordada con una exhortación a los deberes cristianos todavía no alcanzados, gracias de la vida cristiana que aún tenían que ser dones cultivados.  Trata  a  sus  lectores  distintita  y  enfáticamente  como  viatores  y  no  como comprehensores. La perfección por la que él ruega no está en ni es de ellos, sino en Dios y de Dios. Lo que vemos no se espera, por lo que aún oramos, no lo hemos conseguido todavía.

Además la misma promesa que él da para la consecución de esta perfección conlleva en ella una implicación de que aún es un asunto de esperanza, no de posesión. Él promete la fidelidad de Dios, Aquel que llama. Consecuentemente la perfección ansiada y prometida no se da en el llamado mismo; no es la posesión invariable del alma cristiana. El que es llamado aún la sigue buscando; sigue en su búsqueda y se halla en las manos del que los llama cuya fidelidad asegura el cumplimiento.

Santificacion Total

Así pues, el cumplimiento aún está por llegar. Por lo tanto, es claro que Pablo aunque prometía esta  perfección como la herencia segura de cada cristiano, la presenta como un asunto de esperanza que todavía no se ve; no como un asunto de la experiencia que ya es disfrutado. Que nos pertenece a nosotros los cristianos podemos estar seguros solamente por la fidelidad de Dios, el Ejecutor quien también es el Llamador. ¿Podemos aprender de Pablo cuando podemos esperar la perfección? Ciertamente él no nos dejado aquí en la ignorancia. Abiertamente declara, a la verdad, el período de tiempo de nuestra perfección, es decir, el punto de entrada a nuestra perfección. “Y el Dios de paz”, él ora, “os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Ustedes pueden ver que la consumación de nuestra perfección será en la segunda venida de Cristo, es decir, el apóstol tiene puesta su mirada en el fin del mundo y en el juicio final. Allí se halla el punto de tiempo al cual él refiere la completud de nuestra perfección.

Y si se detienen a considerar por un momento, percibirán que tiene que ser así para que se efectúe la santificación completa de la que habla el apóstol. Porque tengan en mente que la completa  perfección  incluye  también  el  perfeccionamiento  de  nuestro  cuerpo.  Es  el perfeccionamiento del hombre total por lo que él ora, y esto expresamente incluye el cuerpo como también el alma y el espíritu. Ahora bien, el cuerpo perfeccionado es dado al hombre solamente en la resurrección, en el último día que es el día de la segunda venida de Cristo. Hasta entonces el cuerpo está consumiéndose en la tumba. Si la perfección espiritual puede alcanzarse antes de esto, él no lo dice en este pasaje.

Pero la analogía del cuerpo, de cualquier modo, aparentemente implicaría esto hasta ahora: levanta la sospecha de que el perfeccionamiento del alma y espíritu será el resultado gradual de un proceso y que será completado solamente en un momento crítico y cataclísmico cuando el Espíritu de Dios produzca en los tesalonicenses la idoneidad para vivir con Dios. Esta sospecha es  enteramente  confirmada  por  el  tratamiento  que  Pablo  hace  de  todo  el  asunto  de  la santificación en este contexto y en toda esta epístola como un asunto de un gran esfuerzo continuado y acérrimo, construyendo lentamente la estructura hasta el fin. No hay promesa de su completud en esta vida; no hay pista de que pueda completarse en esta vida. Solamente hay por todos lados fuertes exhortaciones a realizar esfuerzos incesantes, como también fuertes estímulos por medio de promesas de su completud finalmente frente a “ese día”. “Ese día” del juicio, es decir, cuando Dios tomará cuentas de todos los hombres y de todo lo que hay en el hombre.

De este modo, lo que aquí está levemente implicado se enseña abiertamente en otras partes. Los hombres no son comprehensores sino viatores; estamos peleando la buena batalla; estamos corriendo la carrera. El galardón está a la distancia. Y el alma no será preparada para entrar a la presencia del Señor hasta que este cuerpo de muerte sea desechado, esperando asimismo hasta que el cuerpo sea restaurado al alma, es decir, no más un cuerpo de muerte sino de gloria.

Mientras tanto, el proceso gradual de santificación continúa en el alma y el cuerpo hasta que el momento crítico llegue cuando el “Spiritus Creator” intervendrá poderosamente con los actos finales de renovación.

Ciertamente, el carácter gradual de este proceso no debe perturbarnos. Puede que nos sea inexplicable que el Dios Todopoderoso actúe por medio de un proceso, pero eso nos ha sido revelado como su modo selecto de operación en cada esfera de su obra, y no debe sorprendernos aquí. Sin duda, Él podría perfeccionar el alma en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, tal y como Él podría darnos un cuerpo perfecto en el mismo instante en que creemos. Pero no lo hace así. La remoción de las manchas y efectos del pecado en un corazón impío y en un cuerpo enfermo y moribundo es completado en un proceso lento. Todos nos enfermamos y morimos a pesar de que Jesús ha cargado en sus hombros (entre otras penas del pecado) toda nuestra enfermedad y muerte. Y lucharemos con los restos del pecado que mora permanentemente en el alma aunque Jesús nos ha adquirido las operaciones santificantes del Espíritu. Para nosotros es un proceso cansado. Pero es la manera en que Dios obra y Él hace todas las cosas bien. Y el cansancio de la lucha es iluminado por la esperanza. ¡Un poco más!, podemos decir, ¡un poco más! Y sí, después de un poco, nuestro espíritu y alma y cuerpo serán irreprensibles y perfectos, todo esto para ser presentados delante de nuestro Señor en ese Día. ¡Alabemos al Señor por nuestra esperanza gloriosa!

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